En el niño con autismo no se puede dar la culminación del proceso de eclosión del lenguaje verbal, porque han faltado los requisitos previos que no sólo la permiten sino que la hacen prácticamente inevitable en un niño “normal”. Al fallar las funciones básicas, el lenguaje verbal no aparece de forma natural. El niño no tiene la clave para acceder al código (comunicativo, no solo lingüístico), porque le viene faltando desde el principio ese entender y atribuir intenciones a los demás y esa necesidad de compartir sus experiencias con los demás. Se puede decir que el lenguaje no le es de ninguna utilidad, a parte de que otras capacidades pueden estar alteradas también, por ejemplo, su capacidad de simbolización.

Si aparece, su lenguaje será con toda probabilidad, idiosincrásico, ecolálico y muy limitado en cuanto a su intención comunicativa. El niño no contestará ni formulará preguntas: no responderá a su nombre; tendrá profundas dificultades para comprender y descifrar los mensajes (a veces “ruidos” para él) que escucha, desde los más lineales y simples hasta aquellos que reflejen todo el complicado entramado de interacciones sociales y de los usos más sutiles del lenguaje, y tenderá siempre a ser un intérprete literal de cuanto ocurre o se le dice.

Los rasgos característicos de los diversos componentes del lenguaje verbal de una persona con autismo están relacionados, como es lógico, con las dificultades subyacentes en los sistemas de interacción y comunicación.

Por ello, los aspectos morfológicos y sintácticos serán comparativamente los menos alterados. Así, pese a que pueden omitir algunos morfemas y presentar algunas anomalías  en los sufijos temporales verbales, la comprensión y la producción de las formas gramaticales pueden ser las adecuadas a la edad mental de los sujetos.

El desarrollo fonético tampoco presenta anomalías específicas en cuanto a adquisición y discriminación de los sonidos se refiere.

En cambio, en el componente prosódico se dan alteraciones importantes y universales, tanto en lo que se refiere a la transmisión de significados a través de la entonación, como a la comprensión y capacidad de interpretar las clases prosódicas utilizadas por los demás. Las personas con autismo pueden presentar alteraciones muy marcadas en el empleo de tonos de voz, volumen y ritmo en sus emisiones. Presentan especial dificultad para captar las sutilezas de ironía, humor o de estados anímicos que pueden transmitirse prosódicamente.

En el componente semántico del lenguaje las alteraciones se hacen aún más patentes. No debemos olvidar la estrecha relación que existe entre pensamiento y lenguaje, entre conceptualización y abstracción, y el desarrollo semántico-léxico.

Las dificultades residen en mayor medida en la utilización del conocimiento semántico que estas personas poseen que en la organización de dicho conocimiento en categorías semánticas a la hora de resolver tareas de recuerdo, en las que los efectos del significado parecen no ayudarles a recordar.

Presentan problemas para asignar significados figurados, deshacer ambigüedades o para aprender acepciones múltiples para los mismos términos. También son evidentes las limitaciones para comprender significados de términos relacionales (verbos, determinantes, adverbios y preposiciones).

Las mayores dificultades residen en la comprensión de significados oracionales, aisladamente o cuando constituyen unidades mayores del lenguaje (discurso y conversación). A medida que aumenta la complejidad oracional y discursiva, aumenta su dificultad para otorgar significaciones adecuadas, dado el alto grado de capacidad analítica que exigen). En general, su lenguaje transmite la sensación de estar poco conectado, de ser un lenguaje desarraigado y de escasa densidad semántica.

Sin embargo, y con diferencia, es el componente pragmático del lenguaje el que entraña las más graves e insidiosas alteraciones. Y no debe extrañarnos, porque ésta es la función que atañe al “para qué” del lenguaje, al “por qué y con qué motivo hablo”. Es el aspecto en el que más claramente se ve que el lenguaje verbal es un vehículo de excepción para comunicarse, pero que adquiere todo su inmenso valor sólo si está enmarcado dentro de un proceso de comunicación. De este modo, se comprende todas las capacidades que exige un acto comunicativo para ser exitoso. De ahí las deficiencias generalizadas que se observan en todos los aspectos relacionados con el respeto de pautas conversacionales, como son la toma de turnos, el mantenimiento del tema, la adecuada introducción de temas nuevos o relacionados con el central, y las normas básicas de aceptabilidad y sutileza conversacional.

Sus actos de habla son limitados; tienden a no relatar experiencias, a no trasmitir creencias o pensamiento y a no hacer comentarios. Recurren a secuencias sencillas de pregunta-respuesta como recurso conversacional, y se ven en gran dificultad para ampliar o modificar dichas secuencias en función de lo que se va aportando a lo largo de la conversación (ya sea en cuanto al contenido como al tono e intencionalidad del mensaje).

Dadas sus dificultades para percibir a los demás como seres con mente, sobre los que se puede influir haciéndoles “cambiar” (no debemos olvidar que aportar información a alguien es modificar su estado mental), se explica el que no diferencien bien entre la información ya conocida y la nueva par los interlocutores y que no se reconozcan la función informativa del lenguaje. Éste es uno de los factores que explica su tendencia a hablar siempre de los mismos temas o a repetir incansablemente lo mismo. Les faltan las claves para entender si el tema es del interés del interlocutor y, por supuesto, muchas veces también carecen de las claves no lingüísticas, de conocimiento del mundo y de la mente para poder seguir la conversación de su interlocutor.

Además de los aspectos lingüísticos, son evidentes las anomalías funcionales en todas las pautas de comunicación, incluyendo gestos comunicativos, empleo de la mirada, entonación, y lenguaje corporal en todo aquello que “adereza”, enriquece y da su total sentido a cada palabra y a cada frase de las innumerables que pronuncia a lo largo del día una persona “corriente”.

 

 

Marta Soler Roger.

Logopeda de la Unidad de Atención Temprana

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