La energía se transmite de muchas formas; una de ellas es la radiación. Las radiaciones pueden clasificarse como radiaciones ionizantes o radiaciones no ionizantes, en función de la cantidad de energía que son capaces de transportar. Las radiaciones ionizantes, que son las más peligrosas, y por ello existe ya una reglamentación concreta para la protección de los trabajadores que pudieran estar expuestos a estas radiaciones.

Las radiaciones no ionizantes comprenden la radiación ultravioleta, luz visible, radiación infrarroja, microondas, radiofrecuencias y radiaciones láser.

La radiación ultravioleta es responsable, por ejemplo, del bronceado de nuestra piel al exponernos de manera continua a los rayos solares, pero una prolongada exposición a estas radiaciones puede provocar efectos dañinos en la piel, llegando incluso al cáncer, y también provocando daños en los ojos.

La luz visible en exceso puede ser causa de lesiones térmicas en la retina, pérdida de la agudeza visual, fatiga ocular.

La radiación infrarroja, que es emitida por ejemplo por los cuerpos muy calientes, puede afectar a la piel y a la vista, provocando quemaduras, lesiones corneales, opacidades y cataratas.

Una exposición prolongada a microondas o radiofrecuencias provoca quemaduras, hemorragias, cataratas o incluso infertilidad. La radiación láser afecta sobre todo a la piel y a los ojos.

Para controlar las radiaciones no ionizantes podremos actuar en 3 frentes: medidas técnicas, organizativas y de protección personal.

Medidas técnicas: Diseño adecuado de las instalaciones. Interposición de pantallas. Recubrimiento antirreflejante de las paredes. Iluminación adecuada de los locales.

Medidas organizativas: Aumento de la distancia al foco emisor. Disminución del tiempo de exposición. Restricción de acceso sólo a personal autorizado. Información y formación a los trabajadores.

Medidas de protección personal: Protectores visuales. Ropa de protección adecuada. Guantes. Gafas antiláser.

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